jueves, 11 de octubre de 2012



LA OBSESIÓN POR CLASIFICAR EN LAS CIENCIAS HUMANAS


Resulta llamativo que en las ciencias humanas como la psicología o el psicoanálisis exista un afán creciente por clasificar el comportamiento del ser humano en series “normales”, “anormales”, “esquizofrénica”, “neuróticas”, “perversas” entre otras. Como una herencia de la vieja psiquiatría y de un afán positivista, la obsesión por las clasificaciones, al parecer, brinda una “ilusión de certeza” a los profesionales de la salud mental. La certeza resultante, brinda una tranquilidad  para el pensamiento y la actividad supuestamente científica en el campo de la salud mental. Al parecer, los rótulos, los “nombres” o clasificaciones de nuestro comportamiento nos permite “atrapar la realidad” y el conocimiento de la misma, que, como el viejo positivismo, supone la existencia de una realidad a conocer. Por supuesto, ello lleva a ignorar el carácter constructivo y subjetivo de toda clasificación y teoría sobre el comportamiento del ser humano.
 En otros términos, la utilización del lenguaje para nombrar  el objeto de conocimiento, nos lleva a considerar el comportamiento del ser humano en términos de los nombres y clasificaciones elaborados previamente sobre la misma. Es decir, a la aplicación de rótulos. Posteriormente, todo lo que queda afuera de tales clasificaciones, aparece como marginal y ajeno para un conocimiento  positivo de nuestra conducta. Sin embargo, sabemos que existen muchas clasificaciones que difieren unas de otras como el de DSM-IV, las clasificaciones del psicoanálisis, etc. Por lo mismo,  un mismo cuadro, como la depresión, aparece con distintos sentidos en una clasificación u otra. La depresión en psicoanálisis difiere totalmente de la depresión para la psiquiatría. No hay acuerdo unánime debido a la diferencia de paradigmas y puntos de vistas respecto de nuestra mente y su dinámica.
A esto se suma el hecho de que  los comportamientos que parecen enumerar las diversas clasificaciones “científicas” difieren de una cultura otra, lo que lleva a serias discrepancias entre una clasificación y la realidad que pretenden explicar. De hecho, su utilidad prácticas es muy poca. Sostener que un sujeto es “histérico”, etc., sirve de poco a los fines de la terapia. Es similar a conocer el nombre de una persona en relación a toda su historia de vida.
 En términos Destinológicos, los rótulos y clasificaciones constituyen simples descripciones en términos de la creencia del observador, aunque lejos se encuentran de una explicación definitiva de nuestro comportamiento. Tal ves nunca podamos acceder a una verdad última como lo pretenden los positivistas. No hay una realidad humana externa a conocer y que se independiente de las ideas del observador. Además, toda teoría o paradigma resultará relativo y provisional. Lo que nos lleva a pensar a las disciplinas humanísticas como hipotéticas, provisionales y conjeturales. A esto se suma que cada significado o clasificación depende del punto de vista mantenido sobre lo que es nuestra psiquis, nuestra mente. Lo que en el fondo nos lleva a un “relativismo” dependiente del “punto de vista” de cada observador o profesional de la salud mental.
 Sin embargo, debemos tomar conciencia de  que cuando “nombramos” o clasificamos una muestra de comportamiento o proceso supuesto como un “ente” existente en sí y de por sí, estamos  no solamente clasificando porque a la vez estamos “signando” el destino de un sujeto en una serie determinada que en el contexto familiar y social inmediato del sujeto significará una pesada carga. Una verdadera marca social, un estigma condenatorio. Por ejemplo si clasificamos a un sujeto como deficiente, no sólo estamos nombrando sino también al mismo tiempo condenando y condicionando el destino posterior del mismo tanto en su familia como en otros ámbitos de su vida (escuela, etc.). De esta manera las clasificaciones hacen destino, es decir son condenatorios y al mismo tiempo, discriminatorios porque no permiten vislumbrar la vida total del sujeto en términos de una historia de vida, lleno de matices y determinantes tanto familiares, individuales, económicas, culturales y biológicas, entre otras
Por lo tanto, para evitar el afán de clasificar y la obsesión por los rótulos a la que han accedido la mayorías de las posturas psicológicas que van desde el psicoanálisis, las corrientes cognitivo conductuales,  entre otros, debemos considerar el destino total de un sujeto tanto en términos diacrónicos(a través del tiempo) como sincrónicos (su vida actual), es decir los múltiples aspectos de su trama individual familiar y social. Mejor dicho lo que otorga sentido a las partes de la conducta del sujeto, es el destino,  enmarcado en una historia subjetiva que hunde sus raíces en un programa mental construido desde la infancia. De esta manera, los rótulos clasificatorios no consisten sino en simples marcas o rótulos en el destino total de un sujeto y que constituyen la parte en relación al todo. Por más que los rótulos intenten describir los mecanismos psicológicos de un sujeto, se escaparán sin duda el sentido o la lógica del destino de un individuo total.
Por lo mismo, desde la Destinología los rótulos, las clasificaciones, constituyen simples nombres que intentan captar el destino total de un sujeto en el estrecho marco de sus significados, lo que lleva un contrasentido. Encontrar la lógica del destino de un sujeto dentro de una línea histórica y simbólica, emocional y dramática, significa trascender los nombres o signos condenatorios para intentar comprender el comportamiento de un sujeto  en el marco de su destino. De esta manera, un individuo supuestamente “paranoico”, estarían simplemente dramatizando ciertas escenas cruciales de su historia emocional, o mejor, realizando una “puesta en escena” de ciertos roles incorporado en su historia y que para el observador aparece como persecutorio. Mejor dicho, un niño perseguido, es muy probable que en el futuro dramatice situaciones persecutorias. Un sujeto desvalorizado e inhibido en su expresividad emocional, y a la vez pesimista, con un auto concepto negativo, aparecerá más tarde como “depresivo”. Un sujeto  teatral y representativo (que se clasifica como “histérico”) no resulta sino de una familia expresiva y flexible en el juego de roles. Los ejemplos pueden ser innumerables.

APRECIACIÓN PERSONAL:

Debemos parar con este fenómeno de ponerle rótulos a las personas que como nosotros no buscan la ayuda de un profesional para que lo clasifiquen y les asignen una enfermedad sino para que los puedan ayudar  a que por ellos mismos se den cuenta de que cosa no esta yendo bien en su vida y que cosas deberían cambiar a fin de llegar a vivir en un ambiente provechoso para ellos mismos y para las personas con las que se desarrolla.
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