LA
OBSESIÓN POR CLASIFICAR EN LAS CIENCIAS HUMANAS
Resulta llamativo que en las ciencias humanas como la
psicología o el psicoanálisis exista un afán creciente por clasificar el
comportamiento del ser humano en series “normales”, “anormales”,
“esquizofrénica”, “neuróticas”, “perversas” entre otras. Como una herencia de
la vieja psiquiatría y de un afán positivista, la obsesión por las
clasificaciones, al parecer, brinda una “ilusión de certeza” a los
profesionales de la salud mental. La certeza resultante, brinda una
tranquilidad para el pensamiento y la
actividad supuestamente científica en el campo de la salud mental. Al parecer,
los rótulos, los “nombres” o clasificaciones de nuestro comportamiento nos
permite “atrapar la realidad” y el conocimiento de la misma, que, como el viejo
positivismo, supone la existencia de una realidad a conocer. Por supuesto, ello
lleva a ignorar el carácter constructivo y subjetivo de toda clasificación y
teoría sobre el comportamiento del ser humano.
En otros
términos, la utilización del lenguaje para nombrar el objeto de conocimiento, nos lleva a
considerar el comportamiento del ser humano en términos de los nombres y
clasificaciones elaborados previamente sobre la misma. Es decir, a la
aplicación de rótulos. Posteriormente, todo lo que queda afuera de tales
clasificaciones, aparece como marginal y ajeno para un conocimiento positivo de nuestra conducta. Sin embargo,
sabemos que existen muchas clasificaciones que difieren unas de otras como el
de DSM-IV, las clasificaciones del psicoanálisis, etc. Por lo mismo, un mismo cuadro, como la depresión, aparece
con distintos sentidos en una clasificación u otra. La depresión en
psicoanálisis difiere totalmente de la depresión para la psiquiatría. No hay
acuerdo unánime debido a la diferencia de paradigmas y puntos de vistas
respecto de nuestra mente y su dinámica.
A esto se suma el hecho de que los comportamientos que parecen enumerar las
diversas clasificaciones “científicas” difieren de una cultura otra, lo que
lleva a serias discrepancias entre una clasificación y la realidad que
pretenden explicar. De hecho, su utilidad prácticas es muy poca. Sostener que
un sujeto es “histérico”, etc., sirve de poco a los fines de la terapia. Es
similar a conocer el nombre de una persona en relación a toda su historia de
vida.
En términos
Destinológicos, los rótulos y clasificaciones constituyen simples descripciones
en términos de la creencia del observador, aunque lejos se encuentran de una
explicación definitiva de nuestro comportamiento. Tal ves nunca podamos acceder
a una verdad última como lo pretenden los positivistas. No hay una realidad
humana externa a conocer y que se independiente de las ideas del observador.
Además, toda teoría o paradigma resultará relativo y provisional. Lo que nos
lleva a pensar a las disciplinas humanísticas como hipotéticas, provisionales y
conjeturales. A esto se suma que cada significado o clasificación depende del
punto de vista mantenido sobre lo que es nuestra psiquis, nuestra mente. Lo que
en el fondo nos lleva a un “relativismo” dependiente del “punto de vista” de
cada observador o profesional de la salud mental.
Sin embargo,
debemos tomar conciencia de que cuando
“nombramos” o clasificamos una muestra de comportamiento o proceso supuesto
como un “ente” existente en sí y de por sí, estamos no solamente clasificando porque a la vez
estamos “signando” el destino de un sujeto en una serie determinada que en el
contexto familiar y social inmediato del sujeto significará una pesada carga.
Una verdadera marca social, un estigma condenatorio. Por ejemplo si
clasificamos a un sujeto como deficiente, no sólo estamos nombrando sino
también al mismo tiempo condenando y condicionando el destino posterior del
mismo tanto en su familia como en otros ámbitos de su vida (escuela, etc.). De
esta manera las clasificaciones hacen destino, es decir son condenatorios y al
mismo tiempo, discriminatorios porque no permiten vislumbrar la vida total del
sujeto en términos de una historia de vida, lleno de matices y determinantes
tanto familiares, individuales, económicas, culturales y biológicas, entre
otras
Por lo tanto, para evitar el afán de clasificar y la
obsesión por los rótulos a la que han accedido la mayorías de las posturas
psicológicas que van desde el psicoanálisis, las corrientes cognitivo
conductuales, entre otros, debemos
considerar el destino total de un sujeto tanto en términos diacrónicos(a través
del tiempo) como sincrónicos (su vida actual), es decir los múltiples aspectos
de su trama individual familiar y social. Mejor dicho lo que otorga sentido a
las partes de la conducta del sujeto, es el destino, enmarcado en una historia subjetiva que hunde
sus raíces en un programa mental construido desde la infancia. De esta manera,
los rótulos clasificatorios no consisten sino en simples marcas o rótulos en el
destino total de un sujeto y que constituyen la parte en relación al todo. Por
más que los rótulos intenten describir los mecanismos psicológicos de un
sujeto, se escaparán sin duda el sentido o la lógica del destino de un
individuo total.
Por lo mismo, desde la Destinología los rótulos, las
clasificaciones, constituyen simples nombres que intentan captar el destino
total de un sujeto en el estrecho marco de sus significados, lo que lleva un
contrasentido. Encontrar la lógica del destino de un sujeto dentro de una línea
histórica y simbólica, emocional y dramática, significa trascender los nombres
o signos condenatorios para intentar comprender el comportamiento de un
sujeto en el marco de su destino. De
esta manera, un individuo supuestamente “paranoico”, estarían simplemente
dramatizando ciertas escenas cruciales de su historia emocional, o mejor,
realizando una “puesta en escena” de ciertos roles incorporado en su historia y
que para el observador aparece como persecutorio. Mejor dicho, un niño
perseguido, es muy probable que en el futuro dramatice situaciones
persecutorias. Un sujeto desvalorizado e inhibido en su expresividad emocional,
y a la vez pesimista, con un auto concepto negativo, aparecerá más tarde como
“depresivo”. Un sujeto teatral y
representativo (que se clasifica como “histérico”) no resulta sino de una
familia expresiva y flexible en el juego de roles. Los ejemplos pueden ser
innumerables.
APRECIACIÓN PERSONAL:
Debemos parar con
este fenómeno de ponerle rótulos a las personas que como nosotros no buscan la
ayuda de un profesional para que lo clasifiquen y les asignen una enfermedad
sino para que los puedan ayudar a que
por ellos mismos se den cuenta de que cosa no esta yendo bien en su vida y que
cosas deberían cambiar a fin de llegar a vivir en un ambiente provechoso para
ellos mismos y para las personas con las que se desarrolla.
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